Con el terremoto que sacudió Myanmar en marzo, comunidades enteras quedaron devastadas. Los edificios se agrietaron, los hogares colapsaron y miles de personas quedaron desplazadas de la noche a la mañana.
Para personas mayores como U Tin Win, un exfuncionario judicial de distrito, el desastre no solo destruyó propiedades: deshizo los frágiles hilos de la dignidad, la estabilidad y la unidad familiar. Esta es su historia, contada no a través de los titulares, sino mediante la voz tranquila y resiliente de un hombre que ha perdido casi todo, pero se niega a rendirse por su familia y su futuro.
Una vida de servicio y una familia reunida por la pérdida
U Tin Win, de 76 años, dedicó su vida laboral a defender la justicia como funcionario judicial de distrito. Desde su jubilación en 2009, vivía con su esposa y sus dos hijas en Nay Pyi Taw. Pero cuando su esposa falleció hace cinco años, la situación familiar comenzó a cambiar. Una de sus hijas, empleada en el Comité de Desarrollo Municipal, les ayudó a conseguir un modesto apartamento, solo la planta baja de una casa, donde vivían con lo poco que tenían.
Tres generaciones compartían el mismo techo: su hija, el esposo de ella, sus dos hijos pequeños, y su suegra, cuya antigua empresa ya cerrada dejó atrás muebles y recuerdos. Entonces, el terremoto lo derrumbó todo.
El día en que la tierra se movió
Era una tarde cualquiera cuando el suelo comenzó a temblar violentamente. U Tin Win estaba en la cocina preparando el almuerzo; su hija, en el baño; sus nietos, por suerte, no jugaban afuera como de costumbre, sino que estaban acostados en la cama.
«Empecé a girar. Traté de sostenerme, pero temblaba tanto que me golpeé la espalda contra el marco de latón. No me pude mover durante cinco días».
Mientras el sismo continuaba, la familia salió corriendo, temiendo lo peor. Con su apartamento declarado inhabitable, no tuvieron más opción que dormir en la acera, expuestos al clima, sin siquiera poder colgar una red contra los mosquitos.
«Nos sentamos allí hasta la mañana siguiente», dijo. «No había otra opción».

Sin refugio, sin ingresos, sin elección
Tras varias noches durmiendo bajo árboles de mango, regresaron a su vivienda en ruinas. Las reparaciones costarían más de 100 lakh kyat (aproximadamente $4,760), una suma inalcanzable para ellos.
«Hacemos lo que podemos», dijo en voz baja.
El piso era inhabitable y la vivienda alternativa que les proporcionaron era demasiado pequeña e inadecuada para una familia, ni siquiera se podía cocinar allí, así que regresaron a su antiguo vecindario. Pero alquilar nuevamente significó un gran gasto. La casa ahora está superpoblada, compartida entre su hija, sus nietos y él, y sigue en reparación. Aun así, no tienen otra opción.
«Tener un lugar donde quedarnos es lo más importante para mí ahora», explicó. «Estamos apretados, pero tenemos que arreglárnoslas».
Viviendo con dolor y aferrándose a la dignidad
La lesión en la espalda de U Tin Win aún le causa dolor.
«No puedo estar sentado por mucho tiempo», dijo, aunque no ha podido pagar una consulta médica.
Pero el dolor físico no es la única carga.
«Esta es la mayor pérdida de mi vida. Perdimos todo. Solo quería vivir en paz con mi familia en mis últimos años».
Los escasos ingresos familiares provienen de su pensión y de lo que pueden aportar sus hijas. Sobreviven gracias a donaciones de alimentos como sacos de arroz, algunos litros de agua y la ayuda de vecinos. Su hermana mayor, una exjueza, envió 50 lakh kyat (unos $2,380) de sus ahorros para ayudar con las reparaciones.
«Pero ni siquiera eso es suficiente», suspira. «Cuanto más tiempo pasa, más pobres nos volvemos.»
Luchando con el apoyo, recordando una vida de entrega
Lo que más le duele a U Tin Win ante tanta pérdida es el cambio de roles.
«Antes era yo quien daba. Siempre donaba. Ahora tengo que recibir».
Su voz se quiebra.
«Vivía con dignidad. Me jubilé como funcionario. Ahora estamos en el fondo. Duele, duele mucho».
Supervivencia, fe y preocupación por el futuro
Encuentra fuerza en las enseñanzas budistas, pero lo atormenta el futuro de sus nietos.
«A nuestra edad, ya estamos muertos en vida. Pero me preocupan ellos».
Cuida a los niños mientras sus hijas trabajan, y hace lo que puede en las tareas del hogar. A pesar de todo, su prioridad sigue siendo su seguridad, su alimentación y su educación.
Un llamado a la inclusión y la protección
La historia de U Tin Win no es única. En todo Myanmar, las personas mayores han sido afectadas por el terremoto. Sin embargo, sus necesidades suelen ser ignoradas en las respuestas de emergencia. El acceso a refugio, alimentos, ingresos y atención médica son derechos básicos que no deben negarse por la edad.
«Incluso ahora», dice, «no tenemos ingresos. No tenemos otra opción que seguir adelante».
Su voz es un poderoso recordatorio de que las personas mayores no son solo víctimas de desastres: son proveedores, cuidadores y pilares de la comunidad. A medida que Myanmar se recupera, sus historias deben ser escuchadas y sus derechos respetados.