Foto: Jordania. © Fedaa Qatatshsah
Las estimaciones globales de la Organización Mundial de la Salud sobre el exceso de muertes durante la pandemia de COVID-19 plantean muchas verdades incómodas sobre la forma en que, como comunidad global, valoramos las vidas de las personas mayores y las de los países de ingresos bajos y medios. ¿Por qué permitimos que nuestros líderes mundiales no conviertan continuamente la retórica sobre la solidaridad y la equidad, tanto entre países como dentro de ellos, en realidad?
Los datos recientemente publicados refutan cualquier idea de que los países de ingresos bajos y medios se han visto menos afectados por el COVID-19. Por el contrario, por fin visibiliza lo que quienes trabajan con personas mayores en estos países han visto con sus propios ojos: millones de personas han muerto sin siquiera ser contadas.
La OMS calcula que hay millones de personas mayores entre las muertes no contabilizadas
Lejos de estar menos afectados, la OMS estima que el 85% del exceso de mortalidad durante la pandemia se ha producido en países de ingresos bajos y medios, con un total de 12,7 millones de muertes. Casi el mismo porcentaje de estas muertes (83%) se ha producido entre personas mayores.
Los resultados confirman lo que se sabía desde el principio de la pandemia: que los grupos de mayor edad son quienes corren más riesgo de enfermar gravemente y morir a causa del COVID-19. Y, sin embargo, en lugar de proteger y promover la igualdad de derechos de las personas mayores a la salud y a la vida, millones de mujeres y hombres mayores han sido dejados atrás en las respuestas y tratados como si fueran prescindibles.
El primer plan global de respuesta humanitaria a la COVID-19 no incluyó explícitamente a las personas mayores como uno de los grupos de mayor riesgo. Y el actual despliegue de vacunas está fallando a muchaa personas mayores de 60 años en países de bajos y medianos ingresos, donde millones siguen sin ser vacunades.
En estas respuestas fallidas, queda claro que el riesgo que supone el virus para los grupos de edad avanzada se ha visto exacerbado por las actitudes edadistas, que han constituido una sentencia de muerte para muchas personas mayores.
Y hablemos claro: no se trataba de personas que «habrían muerto pronto de todos modos», una suposición repetida y edadista que muchas personas hicieron durante la pandemia. El exceso de mortalidad, por su propia naturaleza, mide aquellas muertes que están por encima de lo que se esperaría en un escenario «sin pandemia». Muchas de esas personas mayores que murieron podrían haber vivido 5, 10, 20 años o más. Un estudio publicado en el BMJ estima que los años de vida perdidos en 31 países solo en 2020 son más de 28 millones y se concentraron entre las personas mayores. La pérdida de estas personas para sus familias y comunidades es incuantificable.
Desigualdades globales
Este exceso de muertes revela algo más que las estimaciones de las muertes no contabilizadas causadas directamente por el COVID-19: también ponen de manifiesto el impacto más amplio de la pandemia en la vida de las personas. Ponen de manifiesto la profundidad de las desigualdades globales en los sistemas y servicios que apoyan nuestra capacidad de recuperación a lo largo de la vida, incluso durante la vejez.
Estas desigualdades, al igual que el devastador número de muertes, como ha destacado el Dr. Jeremy Farrar, no son inevitables. Quizás el elemento más desgarrador de todo esto es que, colectivamente, tenemos el dinero, los conocimientos, las herramientas y las tecnologías que necesitamos para acabar con la pandemia y construir sistemas más resistentes y justos para las personas de todas las edades, si así lo decidimos.
Pero hoy en día, las desigualdades evidenciadas por el COVID-19 continúan. Mientras que algunos países han declarado el fin de la pandemia, muchos siguen lidiando con su impacto.
Millones de personas de países de ingresos bajos y medios siguen sin poder acceder a las vacunas, pruebas y tratamientos para hacer frente al COVID-19. La reciente tercera ronda de la encuesta sobre la continuidad de los servicios sanitarios durante la pandemia de COVID-19 de la OMS muestra que los sistemas de salud y atención siguen siendo incapaces de superar la fase aguda de la pandemia, siendo los servicios para las personas mayores algunos de los más afectados. Al mismo tiempo, las desigualdades económicas se están volviendo aún más extremas, como han destacado actores como Oxfam y el Banco Mundial, lo que hace que «reconstruir mejor» sea un sueño lejano para la mayoría de las personas.
¿Los nuevos datos marcarán la diferencia?
La pregunta ahora es si estas cifras realmente impactantes -un recuento oficial de los millones de personas que perdieron la vida- marcarán la diferencia.
Si lo va a hacer, las personas de todos los niveles deben utilizar esto como una llamada a la acción para unirse y ejercer presión sobre los gobiernos para garantizar que no se permita que las desigualdades reveladas por la pandemia se exacerben exponencialmente.
Los líderes mundiales deben dejar de hablar de equidad y solidaridad y utilizar las herramientas políticas, económicas y sociales que tienen para conseguirlo. Esto significa invertir en lo que va a proporcionar esta equidad: en comunidades y sistemas fuertes y resistentes -desde la cobertura sanitaria universal y la protección social- hasta los que abordan eficazmente el cambio climático y apoyan una preparación y respuesta más amplia ante la pandemia. En su esencia, deben guiarse por la equidad, como principio y como resultado, no solo como una palabra vacía.
Hay que anteponer las personas a los beneficios y priorizar la salud y el bienestar a lo largo de toda la vida. Y debemos asegurarnos de que los derechos humanos más básicos de cada persona se respeten en todas partes, a todas las edades, estemos o no en una pandemia mundial.
Artículo escrito por Camilla Williamson, Asesora de envejecimiento saludable de HelpAge International. Lee el artículo original en inglés.