30/08/2016
Hasta hace un mes, nunca antes había visitado un campo de refugiados. He visto fotos y he oído muchas historia, pero no sabía a qué esperarme. He iniciado mi visita al campo de refugiados de Tanzania, que acoge a los desplazados de Burundi, con mucha curiosidad e inquietud.
Mi mayor objetivo ha sido testificar cómo las personas que han tenido que abandonar sus hogares han sido afectadas.
La inestabilidad política ha ido destrozando Burundi desde el 2015. Más de 265.000 burundeses han huido de su país y la mayoría de ellos viven actualmente en tres sobrecargados campos de refugiados en la frontera con Tanzania – Nyarugusu, Nduta y Mtendeli.
Visitando los centros de rehabilitación de Nduta
Al entrar en el campo, uno de los refugiados mayores, Ntmakuliko Andrea, me dice «Mwakeye» mientras se acerca, apoyándose en un andador, para recibirme en el centro de rehabilitación de HelpAge en Nduta. «Mwakeye» significa «buenos días».
Este centro es mi primera parada y todos me reciben con una gran sonrisa en la cara que me hace olvidar inmediatamente el largo camino que he hecho para llegar al campamento. No podía creer cuánta alegría tenían están personas a pesar de la situación que están viviendo.
«Vivir en un campo de refugiados, separado de su familia y muchas veces ni sabiendo donde están tus familiares o si siguen vivos, es muy difícil», explica Andrea.
En su voz, noto el trauma que ha vivido pero, al mismo tiempo, se puede ver que tiene esperanzas para el futuro.
«Es verdad, las condiciones en el campamento no son las mejores, pero no se puede comparar con lo que hemos vivido en Burundi y en nuestro camino para llegar aquí», relata Andrea.
Andrea no nos oculta los incidentes traumatizantes que tanto él como los otros refugiados han experimentado, siendo ellos mismos los que han sido golpeados hasta la muerte o testificando como sus queridos han sido atacados cruelmente. Actualmente tiene una condición de salud crónica y ha sufrido varias lesiones en la espalada y la cadera después de que un árbol cayó sobre su tienda de campaña hace unos meses. Tras recibir cuidados en el hospital del campo, ha sido dado de alta. Aun así, no puede caminar o sentarse adecuadamente por culpa del dolor insoportable.
Los asistentes sociales de HelpAge lo han visitado regularmente para monitorizar su condición durante du recuperación, animándolo para que atienda las sesiones de rehabilitación. Su salud ha mejorado sustancialmente.
Trabajar con los refugiados más vulnerables
HelpAge está trabajando con los refugiados más vulnerables de los campamentos – hombres y mujeres mayores, personas con discapacidad o con condiciones de salud crónicas y madres solteras.
El campo de refugiados les proporciona 5kg de harina de maíz, que se usa para hacer el plato tradicional «dish ugali» y 1.5kg de judías blancas cada dos semanas, pero es insuficiente. Los refugiados deben vender una cantidad de su comida a las comunidades locales para ganar un poco de dinero y ser capaces de pagar medicamentos, leña y transporte, y comprar otros alimentos para tener más variedad en su dieta.
«Los alimentos que recibimos no corresponden con las necesidades que personas mayores como yo tienen. He pedido a mis vecinos que lo vendan por mí para que pueda comprar otros alimentos que necesito», afirma Andrea.
HelpAge está demandando a ACNUR y al Programa Mundial de Alimentos que aumenten las provisiones de alimentos para los grupos más vulnerables y excluidos socialmente, garantizando que reciban lo mínimo para una alimentación diaria.
Ningún sitio a donde ir
«La vida en el campamento es como en una prisión», cuenta una refugiada de 53 años que no quiere dar su nombre.
«No nos dejan salir del campo y regresar cuando queramos. Hay agentes de policía por todos lados para controlar nuestros movimientos. Nos prohíben desarrollar cualquier tipo de trabajo fuera del campo y vivimos con una comida al día».
Algunos de los refugiados no pueden soportar las condiciones y se van del campo ilegalmente para encontrar trabajo en las granjas de la comunidad local. Pero muchos de ellos son capturados por la policía y son castigados severamente.
Un refugiado de 33 años que también se quiere quedar en el anonimato relata: «Si sólo nos dejarían trabajar en las granjas o en las tiendas fuera del campo, podríamos ganar el dinero que necesitamos para comprar suplementos de comida y ropa».
Siguiendo el camino a Mtendeli
Mtendeli es otro campo de refugiados que se encuentra a una hora de Ntuda. Aquí HelpAge ha instalado otro centro de rehabilitación para responder a las necesidades de las personas que tienen más de 60 años.
En Mtendeli conozco a Fredericka, tímida y sonriente, que me relata alegremente una historia sobre su hijo de 5 años, Nkhunzimana.
Cuando era muy pequeño se enfermó y aunque se ha recuperado, la enfermedad le dejó incapaz de caminar o gatear. Un voluntario de HelpAge lo ha visto en el campo y se ha ofrecido ayudarlo.
«Ha asistido a sesiones de psicoterapia y después de sólo un mes, mi hijo ha podido caminar. Le seré agradecida siempre a HelpAge por haber salvado a mi hijo de lo que habría sido una discapacidad para toda una vida», afirma Fredericka.
Las fracturas de miembros, el estrés y la parálisis se encuentran entre las afecciones que se atienden en los centros de rehabilitación. Al mismo tiempo, estamos ayudando a niños con necesidades, incluyendo los que sufren parálisis cerebral, hidrocefalia o el síndrome de Down.
«Creemos que cada persona, independientemente de la edad, la discapacidad u otras circunstancias tiene el mismo valor y merece una vida sana y digna», destaca el director de programas de emergencias de HelpAge en Tanzania, Paul Okello.
Aurelia Leonard, responsable del centro de rehabilitación de HelpAge, afirma «Nuestro apoyo continuo ofrece esperanzas a muchas personas mayores y otros refugiados vulnerables».
Ella admite que sigue habiendo necesidad de más fondos para poder continuar su trabajo en el campo.
«Nuestros recursos limitados no nos permiten atender todos los casos más graves, por lo que, debemos acudir a otros colaborados, como la Cruz Roja o Médicos Sin Fronteras», añade Okello.
«Muchas de las lesiones más graves necesitan intervenciones especializadas y más caras que no podemos ofrecer».
¿Qué nos reserva el futuro?
Todas las personas con las que he hablado desean que el gobierno de Tanzania les conceda la nacionalidad para que puedan llevar una vida normal y no tengan que regresar a Burundi.
La vida en su país natal es intolerable e imprevisible. En la historia de Burundi persisten los conflictos políticos y étnicos, y muchos de los refugiados que viven actualmente en Tanzania han huido del país dos o tres veces antes.
Los campos están sobrecargados, llegando a punto límite. El último que ha sido abierto es Mtendeli y ha llegado a ser el hogar de 30.000 refugiados. Si las personas continúan huir de Burundi, la capacidad de 50.000 personas que tienen Mtendeli será alcanzada en unos meses.
Estoy muy orgulloso de trabajar con HelpAge, una organización dispuesta a cambiar la situación de los refugiados burundeses.
Por Henry Mazunda, Responsable Comunicación en HelpAge International Tanzania